Ordenando el Extraño Orden de las Cosas con Antonio Damásio

by Clarice Peres and Ricardo Baeza-Yates

En estas líneas presento un ensayo basado en el último libro de Antonio Damásio, El Extraño Orden de las Cosas (Damásio, 2018). En el exploramos la evolución de la vida, la homeostasis, la consciencia, los sentimientos y
emociones, la subjetividad, la memoria, la cultura y la sociedad, concediendo a los sentimientos la importancia que merecen en nuestra evolución humana. Para los lectores que quieran repasar primero las características del cerebro, hemos preparado un recuadro con los conceptos básicos.
Nuestro pasado…

La vida primitiva empezó hace al menos 3.800 millones de años. Estos primeros seres unicelulares, como las bacterias y eucariotas, no fueron más allá de formar colonias. Por esto, el sistema nervioso y sus neuronas que son capaces de sintetizar la percepción, inteligencia, sociabilidad y las emociones, solamente tiene aproximadamente 600 millones de años, junto con la aparición de los organismos multicelulares. Los sistemas nerviosos empezaron su existencia como asistentes del proceso vital de cuerpos lo bastante complejos y diversificados para que la articulación funcional de los tejidos, órganos y sistemas, así como su relación con el entorno, requiriera un sistema dedicado a lograr su coordinación. Comenzaron a trazar mapas de las configuraciones de objetos y acontecimientos en el espacio, disponiendo para ello, en forma de circuitos neuronales, la actividad de las células nerviosas. Las fibras nerviosas que informan cómo está nuestro cuerpo y nos alertan de problemas de salud vía el dolor al igual que las condiciones externas vía nuestros sentidos, jugaron un papel fundamental. Más tarde, en los vertebrados, la mielina fue otra conquista evolutiva importante, ya que permitió transportar señales neuronales cien veces más rápidas. Fue nuestra rápida y eficiente respuesta al mundo en que vivimos, que Damásio compara a un Silicon Valley del cuerpo humano:
eficiente, rápido, creativo y moderno.
Es en el cerebro y también en las demás partes de nuestro cuerpo donde gestionamos el movimiento; como percibir, pensar, imaginar, razonar y tomar decisiones; el instinto, las motivaciones, emociones y sentimientos; como memorizar, donde convergen imágenes en símbolos y consecuentemente en lenguaje y su
ejecución; llegando desde de la mente hasta la magia de la consciencia. Y la mente depende de la presencia de un sistema nervioso encargado de ayudar a que la vida funcione de manera eficiente en el cuerpo del que forma parte y de una interacción entre sistemas nerviosos y cuerpos. Sin cuerpo no hay mente (“No body, never
mind”). Un cambio de perspectiva donde el cerebro comparte el escenario con el cuerpo, y donde la mente es el hogar de la consciencia. Conocer y entender lo que llevamos dentro parece estar muy asociado con nuestro grado de interacción con nuestros mundos interno y externo, una activación innata de nuestros sistemas,
empezando por el sistema nervioso central, pero no únicamente por él. ¡Fue la aparición del sistema nervioso la que abrió el camino a los sentimientos!
Los sistemas vivos necesitaban mantener numerosas variables de su medio interno dentro de unos márgenes estrechos para que la vida pudiera perdurar. Las bacterias fueron los primeros seres vivos incorporadas al cuerpo humano en una simbiosis en gran parte armoniosa. Sistemas cooperativos, órganos cooperativos,
células cooperativas, átomos cooperativos, partículas cooperativas. Sentimiento y homeostasis se relacionan mutuamente de manera estrecha y consistente. Y los sentimientos son la expresión mental de este conjunto de fenómenos. Nuestras conductas se han inspirado en el imperativo homeostático, impulsor de la vida.
Códigos de conducta que buscan la reducción de riesgos y peligros, reduciendo el sufrimiento humano y enfocados al logro del bienestar. Un resultado de la selección natural, la evolución cultural y la transmisión genética. Resistir y proyectarse hacia el futuro en cualquier circunstancia, una relación simbiótica, asociativa, relacional.
Por esto, los animales abrumadoramente parecidos a nosotros son importantes para ayudar a comprendernos a nosotros mismos y a entender cómo llegamos a ser lo que somos y quienes somos.
ELHA: Mira tu gata Ocean cuantas cosas te enseña; levantarte antes del por del sol, cuando dramatizas ELHA juega contigo, cuando lloras o estas triste ella juega, antes de moverse se estira muy tranquilamente, huele mucho todas las cosas, es muy selectiva con la comida y come muy poco, y no quiere agradar a nadie, solo a
ELHA misma (risas) muy lista esta gata (más risas).
La consciencia…
Si consideramos que el sistema nervioso no produce una mente por sí mismo, sino con la cooperación necesaria del resto del organismo, el cerebro no es el origen único de la mente. El ser humano y muchas otras especies dotadas de sistema nervioso complejo tienen un mecanismo que implica experiencias mentales que
expresan valor: los sentimientos. Ellos son un elemento de qualia, parte de un espectáculo llamado vida, flujo continuo del estado vital. Aquí es donde ocurre la valencia, cualidad intrínseca de la experiencia, que es una línea continua entre lo agradable y lo desagradable. ¿Qué valor doy a mis sentimientos y emociones? ¡La
querencia! Por esto son los portales sensoriales que dan sentido a la subjetividad, nuestro alto nivel estratosférico de complejidad del ser, integrados y multisensoriales. La diferencia entre “mirar” y “ver”. Por esto, cuando practicamos la meditación estamos en este flujo continuo, imágenes internas compuestas y
dibujadas poéticamente, siempre mezcladas con una cuota de sentimientos, emociones y “quereres”. Una tendencia humana incesante del sistema nervioso de mapear objetivos y acontecimientos, intrínseco y extrínseco al propio organismo: nosotros. Una integración imperativa homeostática que se manifiesta en cada parte de nuestro ser real y subjetivo: la consciencia. Ella a su vez es esencialmente misteriosa, como las capas de un pastel francés “mille feuille” (de mil hojas o Napoleón), que lo podemos degustar capa a capa. ¡Pero lo que hace de este pastel una exquisitez es todo su conjunto!
Según Damásio la consciencia tiene dos componentes fundamentales. El primero es la subjetividad, que a su vez tiene dos ingredientes: (1) la construcción de una perspectiva para las imágenes mentales y (2) los sentimientos. El segundo componente es la integración de las experiencias. Sin embargo, necesitamos construir una perspectiva propia para poder integrar nuestras imágenes mentales.
Por esto, más que componentes, podríamos argumentar que hay dos niveles de consciencia. Un nivel básico subjetivo y un nivel superior más abstracto donde integramos todo. La subjetividad y los sentimientos…
Diversas partes del cerebro, tales como el tallo cerebral superior, el hipotálamo, la amígdala, el prosencéfalo basal, las cortezas insulares y cingulada, el bulbo raquídeo y las cortezas cerebrales, trabajan en estrecha interacción con el cuerpo propiamente dicho, producen imágenes, generan sentimientos para esas
imágenes y las intercalan en el mapa de nuestra perspectiva individual, con lo que se cumplen los dos ingredientes de la subjetividad. Primero, es necesario que la subjetividad conduzca la inteligencia creativa gracias a la cual se construyen las manifestaciones culturales. Una perspectiva además biológica de la mente cultural, donde el proceso homeostático es responsable de presentar estrategias y dispositivos de comportamiento capaces de mantener la prosperidad y la reproducción potencial en la vida. Segundo, los sentimientos muchas veces fueron la moneda del mercado del vivir y supervivir, con objetivos funcionales, parte de la evolución, siempre enfocados en el equilibrio del sistema homeostático. Tanto en el
contexto aislado como en el contexto de comunidad. El contexto afectivo constitutivamente está presente, pero no siempre buscamos estrategias de alto nivel o inteligentes para mantener este equilibrio homeostático “social”, ya sea por injerencias religiosas, morales o políticas.
El cuerpo y el sistema nervioso intercambian constantemente información a causa de las necesidades homeostáticas, haciendo que los sentimientos no sean puramente neuronales ni puramente corporales. Los sentimientos sirven para regular la vida, para dar información referida a la homeostasis básica o a las
condiciones sociales de nuestra vida, fortaleciendo nuestras respuestas inmunitarias, porque sentirse bien es un programa altamente adaptado a nuestro sistema de supervivencia. Por lo anterior, podemos decir que los sentimientos son el resultado de una asociación cooperativa entre el cuerpo y el cerebro, que interactúan mediante rutas nerviosas y moléculas químicas independientes. Es la vida en la cuerda floja entre la
prosperidad y la muerte, entre el dolor y el placer, entre sufrir y prosperar, catalizadores de los procesos que llevaron al ser humano a interrogarse acerca del mundo y a tratar de comprender y resolver problemas, factores de motivación para encontrar soluciones, agentes de control del éxito o del fracaso, haciendo uso de la
intencionalidad. Los sentimientos nos proporcionan una perspectiva constante sobre el estado general de nuestra salud.
Con nuestros cinco sentidos activados (vista, tacto, olfato, oído, gusto), más el sexto, las sensaciones del cuerpo, el séptimo, la actividad mental, y el octavo, la interconexión; nuestra consciencia tiene perspectivas distintas, pues cada persona tiene la suya. De esto se trata la subjetividad. Una experiencia integrada, que consiste en situar los contenidos mentales en un panorama multidimensional más o menos unificado. Una búsqueda para integrar bien a las partes, como una súper película cerebral integrada. Plantéese que la verdad es lo que nuestros sentidos registran, y en un futuro muy cercano seremos capaces de manipular de forma consciente nuestros inputs y outputs para que controlemos nuestros humores y sentimientos.
Las emociones…
La diferencia entre sentimientos y emociones es una realidad. Los sentimientos son experiencias mentales conscientes de un acontecimiento emocional. Y las emociones son inconscientes, por así decir, nos damos cuenta de la emoción cuando al procesar esta situación nos causa sentimientos. El entorno es fundamental en este proceso, porque somos intrínsecamente sociales; también la dotación genética, el desarrollo pre y postnatal, y el “azar”, que prefiero denominar “sagrado”. Eso que nosotros los científicos no teorizamos porque lo desconocemos empíricamente, aunque lo vivimos constantemente en nuestras propias vidas.
Metafóricamente, el azar es la caja de Pandora que todo contiene, y cuando llegas al fondo de la desesperación, del caos homeostático, ¡emerge de la caja la esperanza!
La homeostasis de fondo es emotiva, es un juego de vivir “cualitativamente”.
Las emociones humanas son piezas de un repertorio estándar, que, según Lisa Feldman (Feldman, 2017), podemos manipular conscientemente si así lo decidimos y podemos a la luz de la consciencia. En esto Damásio está en desacuerdo, pues para él las emociones son en gran parte automáticas. Sin embargo, ambos expertos
dignifican nuestro proceso de tener consciencia sobre nuestras emociones y sentimientos. Si el cuerpo y el cerebro actúan juntos; si no hay distancias, interferencias desreguladoras, cambiando e interactuando con el sistema nervioso; la homeostasis y la salud del sistema son exitosos.
La cultura…
La actividad cultural empezó profundamente unida a los sentimientos. Por esto no hay explicación satisfactoria posible de la mente cultural si no incluimos el afecto y el apego. El arte tiene un carácter social porque los sentimientos que ejercen como agentes motivadores de la expresión artística suelen proceder del grupo, y los efectos del arte hacen transcender al ser humano. Por ejemplo, la música es un poderoso inductor de sentimientos, por la emotividad que genera. Los colores, sonidos, formas, texturas, movimientos, estructura; los objetos y los acontecimientos influyen positiva o negativamente en el proceso homeostático. Ellos
no son neutros desde el punto de vista afectivo.
La base de la evolución humana es asociativa desde hace mucho tiempo, con el fin de clasificar y entender: la danza, la música, las bEllas artes, la arquitectura, los juegos. Así generamos sentimientos de compasión, el deseo, la alegría, el amor, la seducción, la agresión y la guerra. Por esto, el juego y la cooperación son
extremadamente favorables para la regulación homeostática positiva.
La indagación filosófica y la ciencia tienen un origen similar. Las preguntas (la filosofía), las pretendidas respuestas (la ciencia), fueron generadas por una amplia gama de sentimientos. El sufrimiento, los trastornos, las preocupaciones, los caprichos, las irregularidades del clima, la extraña combinación de comportamientos
benévolos y destructivos de muchos seres humanos; los sentimientos agradables cuando se resolvían enigmas del cosmos y la anticipación de la gratificación que su solución supondría. Formular explicaciones religiosas o científicas para nuestros dilemas. Pero nuestro objetivo último era y sigue siendo mitigar el dolor, reducir
todas las necesidades innatas del ser humano. Y además como defiende Dan Siegel (2018), dentro de un apego seguro e integral.
Nuestra vertiente social…
La historia humana requiere un agente motivador: el dolor, el sufrimiento, el placer, el progreso, la capacidad de pensar, interpretar y diagnosticar. Los seres humanos intentamos explicar y resolver algunos de los enigmas de la vida cotidiana.
¡Transcender a sus misterios! Alrededor de una simple fogata toda una tribu se reunía para cocinar, comer y socializar. La luz del fuego retrasaba la secreción de melatonina y aumentaba las horas hábiles del día. El día se extendía. De hecho, Damásio se cuestiona “¿Por qué los seres humanos todavía desean construir algo tan
anticuado y a menudo inútil como una chimenea en sus casas modernas? Llamémoslo simplemente magia”.
Desde el dominio del fuego hasta la era de los datos masivos (big data), la socialización genera oportunidades para mejorar o estabilizar la homeostasis individual. Cuando mi mascota es amada por mí y mi familia, su estrés es reducido y por su homeostasis equilibrada, sus parásitos disminuyen y su salud está protegida.
Y el estrés de la familia también se reduce si su mascota está bien. La manifestación cultural colectiva reduce el estrés, genera placer, promueve un aumento de la fluidez cognitiva, lo que beneficia directamente la salud. El efecto homeostático positivo reduce o elimina el sufrimiento y la desesperanza y aumenta en varios grados el bienestar y la esperanza, algo verificable fisiológicamente.
También instrumentos culturales mal utilizados pueden alterar negativamente la regulación homeostática.
Nuestra memoria…
Cuando pensamos o sentimos estamos cartografiando nuestro mundo, ordenando nuestros recursos en un mapa, como nuestras memorias, las imágenes que hemos guardado. Los sentimientos que están constituidos por imágenes estrechamente entrelazadas con los procesos corporales constatan que la consciencia y los sentimientos dependen de la existencia de la mente. Preciosas percepciones multidimensionales basadas en el mapeo de numerosos rasgos configurativos. Nuestras experiencias con objetos y acontecimientos en el mundo
exterior son multisensoriales, y Ellas disponen y accionan todos nuestros recursos aferentes y referentes disponibles en nuestras imágenes interiores. Las imágenes son el símbolo universal de la mente y el pensamiento y a partir del momento en que las imágenes se producen y se procesan, incluso a un nivel elemental, estas son ya capaces de guiar acciones de manera directa y automática. Estas evidencian una
activación homeostática en busca de la supervivencia optima y eficaz de nuestros sistemas.
Tenemos muchos tipos de memoria. Por ejemplo, la memoria celular, como nuestro sistema inmunitario. O la memoria de largo plazo, escenas integradas, que se forma en el hipocampo y desde donde se accede ella. También ahí se da la neurogénesis (generación de nuevas neuronas) y la plasticidad. Nuestra capacidad de memorizar y rememorar aumenta nuestras habilidades estratégicas de pensamiento y comportamiento para llevar a cabo las tareas necesarias para enfrentar nuestro día-a-día en cualquier cuestión de nuestra vida, sean ellas conocidas, familiares o desconocidas, sorprendentes. Somos narradores incesantes de relatos acerca de casi todos los aspectos de la vida y estas narraciones no son neutras ni imparciales. Mucho de lo que encomendamos a la memoria no se refiere al pasado, sino a la anticipación del futuro, o sea nuestra imaginación. Por eso creo que “La imaginación en la mente es tetra dimensional, una actitud hemodinámica, donde con nuestros mapas cartográficos (nuestras imágenes) podemos crear lo que sea. Y el deseo consciente agita mi sistema homeostático y su realización” (Peres, 2018).
Las circunstancias, reales o evocadas por la memoria, activan todos nuestros sistemas: el estado de las mucosas, el grado de relajación o tensión muscular y las moléculas químicas que circulan en la sangre: cortisol, serotonina, dopamina, opioides endógenos, oxitocina, etc. La tristeza, el estrés, liberan dinorfina, molécula que induce disforia y que afecta negativamente nuestro sistema inmunitario y endocrino, desequilibrando nuestra armonía homeostática.
Somos parte de Un todo…
La vida de los organismos es mucho más que la suma total de las vidas de cada célula que los conforman. Existe una vida general del organismo, una vida global, que resulta de la integración en una dimensión superior de las vidas que contribuyen a ella en su seno: es el máximo exponente de la integración. Según Damásio, poseemos dos mundos internos. El antiguo que se ocupa de la homeostasis básica y uno más nuevo, donde describimos el mundo de una manera más abstracta, con términos como “bienestar”, “malestar”, “dolor” o “placer”. En vez
de antiguo o nuevo, nuevamente podríamos hablar de dos niveles, el básico de la homeostasis y otro más complejo donde integramos nuestra experiencia en una forma abstracta. El primero son los sentimientos viscerales, conectados con el cuerpo, mientras lo segundo son los sentimientos que generalmente usamos.
El mundo interno antiguo es un mundo de regulación vital que fluctúa. Puede funcionar bien o no tan bien, pero lo bien que funcione dependerá del buen funcionamiento de nuestra vida y de nuestra mente. En consecuencia, nuestra imagen del mundo interno antiguo en acción (el estado de las vísceras, las
consecuencias de sus procesos químicos) ha de reflejar el buen o mal estado de este universo interior. Su supervivencia depende de la información que esas imágenes reflejen en relación con su vida. El mundo interno nuevo tiene una vulnerabilidad distinta del antiguo, ya que nuestros contextos están en un cambio
constante, son de procesamiento más rápido y con mucha más información, tanto externa como interna (“nuestra carga y sabiduría genética”).
Todos los sistemas de nuestro organismo cuentan a la hora de evaluar nuestra salud (nuestro estado vital óptimo, nuestro estado de regulación de la vida): el estado de las mucosas, el grado de tensión o relajación de los músculos, nuestra memoria, los nervios (estímulos sensoriales, impulsos, motivaciones, emociones), los
sistemas inmunitario, neuronal y estomacal. Aquí vamos a destacar la importancia de nuestro sistema digestivo arriesgándonos a considerar que tal vez sea nuestro estómago nuestro primer cerebro. El tubo digestivo humano suele tener alrededor de cien mil millones de bacterias. Estas bacterias son organismos unicelulares
“inteligentes”, pero de alguna forma variada tienen percepción, memoria, comunicación, un gobierno social. Hasta receptores del gusto que cooperan entre sí para crear otras células más complejas haciendo sus vidas más eficientes y aumentando sus probabilidades de sobrevivir. Por eso estoy de acuerdo con Damásio
de que el cuerpo al que pertenece el cerebro ilumina otra perspectiva científica.
Novedosas investigaciones relacionan la microbiología gastrointestinal con las enfermedades del cerebro. Existe un intercambio continuo de información entre el sistema nervioso central y el entérico (el sistema nervioso entérico produce 95 por ciento de la serotonina del cuerpo – el mayor antidepresivo natural). Estar mal del
estómago en gran medida puede estar relacionado con patologías del estado de ánimo. Por esto el sistema gastrointestinal es nuestro mejor GPS (sistema de posicionamiento global). Y muchas veces es nuestro termostato instintivo de que estamos adentrándonos en una situación de placer o de peligro, como cuando
sentimos mariposas o escalofríos en el estómago.
Nosotros mismos construimos eficientemente puentes entre nuestro pasado, presente y futuro, que regulan nuestra vida. Por esto, si vivimos parte de nuestra vida en un futuro anticipado en lugar del presente, el estrés puede desequilibrar nuestra homeostasis. Y posiblemente esta sea una consecuencia más de las
enfermedades, una constante proyección hacia lo que viene a continuación. Un caos en nuestro natural sistema homeostático hacia la integración con nosotros mismos en un organismo multidimensional que somos nosotros los seres humanos en el extraño orden del mundo.

Nuestro futuro…
Las moléculas y receptores de los que dependen nuestros sentimientos son antiguos y tienen mucha experiencia. Tal cual como la poesía que inspira la profunda integración del ser, donde no existe espacio entre el yo y el otro, donde cada uno es motivado por la esencia de la existencia humana en su totalidad, así existe nuestro cuerpo y mente, integrados en la pulsación del existir.
En las experiencias subjetivas de la mente y en el estado de la mente social se pueden entrenar los pensamientos y transformar la mente y sus pilares: foco y atención, apertura de la consciencia, cuidado e intención, compasión y empatía. El amor y la apertura de mente son los rieles de este proceso.
En la sociedad actual todo es un “sustantivo singular”: yo, mío; pero basados en la integración, comunicación e interacción del ser visto desde la Neurobiología Interpersonal (Siegel, 2018), podemos adecuarnos para un “verbo plural”, donde todo y todos estamos interconectados holográficamente, homeostáticamente.
Por esto mismo, yo también estoy abierta a escuchar contraargumentos y a cambiar de opinión ya sea en el ámbito personal, social o científico. Quiero utilizar mi memoria homeostática ancestral para colaborar con su entendimiento y adentrarme en más misterios participando en proyectos actuales como la inteligencia artificial o visionarios como socializar con otras formas de vida fuera de los que ya conozco. ¿Y tú?


Referencias
Antonio Damásio, El Extraño Orden de las Cosas, Editorial Destino, 2018.
Lisa Feldman, How Emotions are Made, Houghton Mifflin Harcourt, 2017.
Dan Siegel, Aware: The Science and Practice of Presence-The Groundbreaking Meditation Practice, 2018.
Clarice Peres, www.clariceperes.com, 2018.

El cerebro está dividido en los siguientes componentes: médula espinal, bulbo raquídeo, hipotálamo, cerebelo, tálamo, ganglios basales, prosencéfalo basal y corteza cerebral. Sus células excitables, las neuronas, están compuestas por el soma, las dendritas y el axón (ver diagrama obtenido de la Wikipedia). Cuando las
neuronas están activas, descargas eléctricas viajan por el axón gracias a la mielina, liberando
moléculas de una sustancia química: los neurotransmisores, que activan a otras neuronas. Este
proceso, llamado sinapsis, es la transmisión de señales electroquímicas de neurona a
neurona de los que depende en gran parte nuestra cognición y locomoción. Bajo determinadas circunstancias, las neuronas pueden comunicarse directamente con otras neuronas sin utilizar las sinapsis y las células gliales también interactúan abundantemente. Las fibras nerviosas se pueden dividir en tres clases: A: tipos alfa, beta, que conducen los impulsos nociceptivos, motores y temperatura, gamma, propiocepción y tono muscular y delta, los impulsos nociceptivos y sensación de toque leve –dolor agudo–; B: preganglionares simpáticas (eferentes), que regulan el sistema linfático; y C: de conducción lenta, los impulsos nociceptivos, presión y
temperatura –dolor crónico–. En este contexto, los mecanismos mismo de la vida y su regulación lo designamos homeostasis. Como corolario, nuestra vida mental es un subproducto parcial del sistema nervioso: la regulación homeostática. Eso solo para empezar a entender este magnífico y complejo sistema que llevamos “24 horas en la cabeza”.

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